—Lo sé. No te olvides, el martes próximo a las 22.50, una hora y media antes, ¿de acuerdo?
—¡De acuerdo! Eh… Rick..
—Te quiero, pequeña —dijo por último este, cortándose la conexión.
—Yo… también te… quiero.
—Lo sé. No te olvides, el martes próximo a las 22.50, una hora y media antes, ¿de acuerdo?
—¡De acuerdo! Eh… Rick..
—Te quiero, pequeña —dijo por último este, cortándose la conexión.
—Yo… también te… quiero.
«Esa idea le daba la bienvenida a su encuentro con la soledad de la costa y la acompañaba durante todo el rato. La finitud de la existencia, el escape incontrolable e inexorable. Recordaba lo que su amiga Yedé solía decirle (…): Maya, no dejes que el tiempo se te escape. Haz lo que más deseas. Pero, ¿sabes cuándo? ¡Ahora mismo!»
«Iba bien de tiempo por lo que el resto lo emplearía para relajarse. Necesitaba tiempo para ella (…). Encendió algunas velitas e incienso en el cuarto de baño y remoloneó un rato tratando de buscar la mejor música para ese momento. Sólo cuando estuvo enjabonada, y no antes, comenzó a sonar el teléfono…»
«Cierto, eso es recomendable… —dijo Rick sonriendo —. En ocasiones, hay que darle unas vacaciones al exceso de trabajo mental y poner en marcha al corazón.»
«Rick se disponía a hablarle como nunca antes le había hablado; pensaba en si sería justo o no, correcto o incorrecto. Pero iba a desatar todo ese torbellino invisible que hacía tiempo se removía en su interior.»
«Sentía congoja por dejarle pero no se atrevía a abrazarlo. A su vez, el hombre se mantenía erguido y con el rostro inmutable, tratando de solapar la sensación de vacío que estaba sintiendo en ese momento.»
«Ambos se asombraron al advertir a Ian con el rostro completamente transformado. El muchacho, al contemplarlos tan próximos el uno al otro, percibió la metamorfosis de su rabia en amargura.
—Vosotros tenéis la culpa de todo —sentenció el muchacho.»